Podríamos decir que Ventalló fue mi primer asentamiento adulto en el Empordà. Allí viví, 10 años junto al depósito de agua del pueblo, encima de una loma que los del pueblo llaman El Padró. Las vistas desde allí, sobre la bahía de Roses, son maravillosas. Los primeros años me dedicaba a hacer pequeñas expediciones con mi perro (el único que he tenido). Fué en esa época en la que descubrí, de forma metódica y pueblo a pueblo, todo el Empordà. Desplegaba mi mapa, y me dedicaba a marcar con un círculo rojo los nombres de los pueblos que iba conociendo, por pequeños que fueran. Todavía hoy guardo ese mapa, que parece atacado de varicela.
Desde el Padró, dábamos largos paseos hasta Vilarrobau y las orillas del Fluvià, por el bosque hasta Sant Mori, o bordeando la Muntanya Gran, hasta el pequeño pueblo de Garrigoles. En la extensión que llega hasta la costa, los paseos por entre olivares y campos de manzanos es muy agradable y en octubre, tras la cosecha de la manzana, el olor que desprenden las frutas que han desechado y que han quedado en el suelo, resulta extrañamente embriagador. Olor a fruta en descomposición, al fin y al cabo. Eso me hace pensar que la muerte huele, y mucho, a pesar de los repetidos intentos de nuestra sociedad por minimizar todos sus efectos. En realidad, lo que huele, es el hervidero de vida que de ella brota.
Pero sigamos. La subida a la Muntanya Gran, era uno de mis paseos preferidos. Desde allí puedes divisar toda la plana Empordanesa, al norte desde Rosas, en una punta de la bahía, con la serra de Tramuntana y la Albera, hasta la Mare de Deu del Mon, pasando por Les Salines, y el Canigó y al sur con La Escala, el Montgrí, i les Gavarres. Una maravilla.
En el pasado esta montaña estaba cubierta de oliveras, dividida en pequeñas parcelas que trabajaban los campesinos del pueblo. En el Any del fred (1956) las que no se murieron, las arrancaron. Ya no daban para vivir, y estaban demasiado lejos del pueblo como para mantenerlas de forma romántica. Así que aquella montaña bien organizada se fue cubriendo de bosques, bosques que nadie explota ni cuida. La historia no es nada nueva y describe perfectamente la evolución de una gran parte del paisaje Ampurdanés de los últimos 50 años. Como era de esperar, son varios los fuegos que arrasaron la zona a lo largo de los años, el último, con más de 1000 hectáreas quemadas, hace apenas 10 años en el verano del 2006.